Voluntad política sin retorno

I.

Nadie sabe exactamente como y por qué ha ocurrido. Pero ocurrió. En asunto de un cuarto de siglo, Venezuela ha sido testigo del derrumbe estrepitoso, trágico e irreversible de dos modelos políticos que en apariencia se suponían sólidamente respaldados por las mayorías nacionales. 

Luego de brillar como modelo en un continente sembrado de guerra civiles, guerrillas y dictaduras militares, el país ha presenciado en estos años la implosión, primero, de la democracia bipartidista, la que hizo aguas en los años noventa del siglo XX con el derrumbe abrupto del sistema de partidos y el quiebre de las identidades políticas básicas que sustentaron la primera saga de gobiernos democráticos y civiles de nuestra historia.

Y, ahora, en la segunda década del siglo XXI, del proyecto político que con el mote de “socialismo del siglo XXI” se construyó bajo la seducción de Hugo Chávez, y hoy, sin su presencia, y con los militares dueños de todo, se hunde aceleradamente en el pantano de la desafección de las mayorías que, con la misma pasión con la que lo apoyaron están hoy en las calles decididas a impedir que la debacle continúe.

II. 

El fenómeno hay que pensarlo con serenidad. Hemos vivido estas casi tres décadas cuesta abajo en la rodada. Un ciclo perverso entre estados de euforia y otros de incertidumbre permanente. A la euforia de Pérez II –“La coronación”, el “Gran viraje”, el dream team de los Iesa boys– le sucedió la debacle del Caracazo, los golpes de estado del 92 y, para cerrar el ciclo, su expulsión de la presidencia y el fin de la hegemonía bipartidista en las elecciones de 1993.

Igual le ocurrió a Chávez y al chavismo, a la fulgurante entrada en escena del seductor de masas siguió su salida temporal del poder con el Carmonazo del 2002; la instauración de la república del odio marcada por la polarización; la caída permanente en los resultados a partir de las elecciones del  2012; y su muerte ante la estupefacción de todos en el 13. Después vino la debacle económica, la insurrección popular conocida como “La salida” hasta llegar al estado de insurrección popular permanente y de atroz represión oficialista, de caos crónico y parálisis estructural,  que hoy experimenta el país.   

III.

Se trata, no es posible ocultarlo, de la incapacidad de una nación para desarrollar la vida política en un marco de mínima normalidad y estabilidad. Y a  pesar de las diferencias, hay rasgos comunes en los procesos. De una parte, el tiempo que tardaron ambos liderazgos en percatarse –o mejor, en no querer percatarse– de los cambios radicales que ocurrían en las percepciones profundas y expectativas perdidas de la población  frente a sus liderazgos. Y, en consecuencia, de la otra,  la incapacidad o la negativa de dichas dirigencias para emprender las redefiniciones políticas, económicas y de relación con los gobernados que la nueva conciencia, el desencanto colectivo, exigía.

En ambos casos, y este es el fenómeno que hay que evaluar, las mayorías han actuado como si de un día para otro –en secreto– se hubiesen puesto de acuerdo para abandonar sin retorno aquello que hasta hace muy poco tiempo las hacía vibrar de emoción. No se cumplió aquello de que “adeco es adeco hasta que se muera”. Ni se va a cumplir ahora las jactanciosas “rodilla en tierra” o el  decimonónico “Patria, socialismo o muerte”.

El hartazgo se apodera de las mayorías y un día cualquiera, como en un giro coreográfico repentino, los líderes gobernantes descubren perplejos, paralizados, que sus auditorios se van quedando vacíos. Y su retórica, igual.

IV.

Lo que ocurre en el presente es un asunto de voluntad política colectiva. No es el imperio, ni las oligarquías, ni eso que sediciosamente los rojos llaman “la derecha”. Es un pueblo en rebelión que ha decidido poner fin a un proyecto aberrante y totalitario.

Una diferencia de fondo: el bipartidismo aceptó democrática y pacíficamente el abandono, el madurismo –militarismo totalitario al fin– lo ha convertido en acto de desangre provocador de la ira popular. Ambas caídas son un fracaso nacional.

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