Se ha vuelto parte del paisaje. A medida que pasan los años, el sufrimiento que los cubanos padecen desde 1959, cuando comenzó el régimen comunista y han visto a millones de sus ciudadanos partir de la isla –unos sobreviviendo, otros muriendo en el mar, pudriéndose en las cárceles o trabajando en misiones internacionales en condiciones de “nueva esclavitud”– se ha invisibilizado. Es rutina noticiosa sin efecto. Telón de fondo.
Quizás los sufrimientos nuevos han minimizado el impacto internacional de la tragedia cubana: el de los sirios que padecen hace más de una década una guerra civil; el de los venezolanos que sufren los rigores del llamado Socialismo del siglo XXI; el de los nicaragüenses aplastados por el sandinismo degradado de la autocracia de Ortega; el de los rusos sometidos por la mano fuerte de Vladimir Putin; y ahora, el de los ucranianos, que por esta fecha cumplen cien días resistiendo el azote de las tropas rusas.
O quizás resulte que cuando el horror se vuelve cotidiano y no se puede frenar a tiempo y el régimen que lo causa se hace inderrotable y sobrevive en el tiempo como una maldición bíblica, la resignación amarga se vuelve asunto cotidiano, tanto para los locales –que, salvo las excepciones de los activistas, aprenden solo a huir o a sobrevivir– como para los extranjeros demócratas que nos autoanestesiamos para que el dolor y la evidencia de los derechos violados no nos perturbe tanto.
En eso pienso mientras releo en el diario El Nacional on line una nota de semanas atrás donde se informa sobre los diecisiete médicos cubanos, detenidos el pasado mes de mayo por las fuerzas de seguridad del gobierno de Maduro, cuando trataban de huir de Venezuela por la frontera con Colombia entre el Táchira y Norte de Santander.
No queda claro cuántos, pero se sabe que al menos la mitad de los detenidos fueron enviados directamente a Cuba, en calidad de prisioneros, en donde se les abrirá un proceso ajustado al artículo 369 del nuevo código penal que califica como delito grave el “abandono de una misión oficial”, que contempla, al mínimo, ocho años de cárcel. Quien cuenta los detalles es Miguel Ruano, un médico cubano que vive en Colombia y se ha ocupado de hacer visible la tragedia de miles de médicos cubanos sometidos a lo que internacionalmente se conoce como una “nueva esclavitud”.
¿A qué se refiere Ruano? A una metodología establecida por el régimen cubano, que al igual que hacen los explotadores sexuales con las mujeres migrantes en diferentes partes del mundo, solo reciben un 10 por ciento del ingreso –o menos– que el “esclavista”, en este caso el régimen cubano, recibe del “patrón” que los contrata, en este caso el gobierno venezolano.
El procedimiento es doblemente perverso. Primero, porque una vez que el régimen lo manda en misión a un país, el médico queda obligado a trabajar por el sueldo miserable por lo menos ocho años, sin derecho a regresar a Cuba, a menos que su gobierno así lo decida. No importa si tienen hijos, padres u otros familiares que los requieran.
Y luego, porque igual que lo hacen los explotadores sexuales, cada vez hay más evidencias y denuncias, y no solamente en Venezuela, también en otros países latinoamericanos y europeos, que a los médicos cubanos –y en general a otro tipo de profesionales que forman parte de “misiones oficiales”– al llegar al país de destino se les confisca el pasaporte para impedir que se escapen del lugar al que han sido asignados.
Para hacerse una idea de lo que esta modalidad de trabajo significa, Ruano recuerda que solo en el año 2016, momento cúspide de las relaciones entre el régimen de Maduro y el cubano, ingresaron al régimen cubano 11.543 millones de dólares, una cifra superior a los ingresos de la isla por la actividad turística. Cifra de la cual los trabajadores apenas si ven una miseria.
De acuerdo con un reportaje de la agencia alemana Deustche Welle, con fecha 20 de julio de 2020, titulado “Médicos cubanos en el exterior: tratados como ‘esclavos’ y convertidos en ‘testaferros’ del régimen”, relatores especiales de la ONU fueron los primeros en asociar, en un informe de 2019, el sistema de los médicos cubanos con “esclavitud moderna”, un tipo de trabajo forzado que refiere aquella condición por la cual, en pleno siglo XXI, una persona es obligada a trabajar en condiciones infrahumanas sin que pueda negarse debido a la coerción, las amenazas o el abuso de poder.
Luego, en 2020, Human Rights Watch (HRW) se suma a las denuncias añadiendo que las prácticas esclavistas del régimen cubano violan numerosos derechos básicos de los médicos llamados “colaboradores”, como la libertad de expresión, libertad de reunión, libertad de movimiento, derecho a la privacidad, entre otros.
El modelo comunista cubano es uno de los fenómenos ideológicos y de opinión pública internacional más complejos, y a la vez exitosos para sus gobernantes y sus aparatos de propaganda y guerra sicológica, que se hayan producido en el escenario internacional desde mediados del siglo XX.
A pesar del horror cotidiano, pensemos en la bárbara represión de las más recientes jornadas de protesta o en los estragos que sigue haciendo la migración riesgosa y, sin embargo, continúa existiendo con el régimen una solidaridad mecánica internacional, tanto de académicos como de gobiernos como el de López Obrador en México, que aún pueden considerarse, en lo esencial, democráticos.
Veo a Venezuela en ese espejo y me produce una especie de escalofrío ético pensar en nuestros presos políticos –más de trescientos según las organizaciones de derechos humanos–, en las escalofriantes cifras de pobreza y niños desnutridos, los activistas torturados, los millones de inmigrantes y los miles de exiliados– que poco a poco, como los cubanos, podríamos ir convirtiéndonos en telón de fondo. Paisaje invisibilizado.
Habrá que persistir contra el olvido. Por suerte, aún centenares de oenegés insisten, sin descanso, en su tarea. Porque como sostiene la poeta rumana Ana Blandiana, “cuando la justicia no logra convertirse en memoria, la memoria por sí sola es una forma de justicia”.