Lecciones compartidas

Luego de padecer veinte años de secuestro político, a los venezolanos demócratas nos cuesta mucho entender lo que pasa fuera de nuestra fronteras sin pasarlo antes por el el esquema chavismo-antichavismo. Tendemos a simplificar los sucesos de otros países desde la lógica “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Y ese esquema nos impide, en muchos casos, comprender lo fenómenos políticos del extranjero en su rica complejidad.

En eso pienso mientras escucho y leo algunas de las reacciones expresadas en las redes sociales a propósito de los resultados de las elecciones regionales realizadas el pasado domingo en Colombia. Algunos venezolanos piensan que el triunfo de figuras como Claudia López en Bogotá, Daniel Quintero en Medellín y Jorge Iván Ospina en Cali, son una especie de retroceso de la democracia. De avance de una izquierda que apoya al madurismo y una derrota para las fuerzas colombianas que lo condenan.

Con respeto por quienes así piensan, es necesario explicar que hay otra interpretaciones posibles. Tal vez más serenas y documentadas. La primera es que estas figuras que obtuvieron el triunfo en diversas e importantes capitales no constituyen la izquierda radical sino que son exactamente el centro político.

La segunda es que, en vez de representar una radicalización, estos triunfos constituyen una manera por demás interesante de liberarse de la polarización rabiosa que ha secuestrado a Colombia en los último años. Polarización extrema que se hizo patente en las presidenciales de 2018 cuando –una vez que Sergio Fajardo salió de juego–, los electores votaron, unos contra Uribe encarnado por Duque, otros contra el llamado castrochavismo, encarnado por Petro.

Votar en cambio por López, Quintero y Ospina, pero también por Dau en Cartagena, Yáñez en Cúcuta o Pisciotti en Pamplona, es una toma de partido por opciones ciudadanas y propuestas anti corrupción, de decirle adiós tanto a Petro como a Uribe, y salirse de esa especie de secuestro emocional que –igual que pasaba en Venezuela con Chávez– la figura de Uribe ejerce, por afecto o por rechazo, sobre la población colombiana.

En sociedades donde el descontento es grande y la insatisfacción creciente, cuando se cierran las alternativas dentro del sistema político legal, y cuando los ciudadanos ya no se sienten representados por ninguna de la opciones políticas visibles, ocurre como con las ollas de presión a las que se les bloquea la válvula de escape: estallan.

Y, posteriormente, como ocurrió en Venezuela luego de El Caracazo de 1989, o como podría ocurrir en Chile después de los recientes jornada de violencia, tienden a entregarse en el abrazo de la anti política o en el enamoramiento por un outsider que se presenta como salvador de la patria y le abre las puertas al autoritarismo.

Lo mejor que le puede ocurrir a Colombia es liberarse de la polarización; aupar y encontrar opciones políticas democráticas de centro, ya sea centro izquierda o centro derecha, que equilibren los extremos y; sobre todo, quitarle emocionalidad a la política renovando permanentemente su liderazgo, abriéndose a nuevas figuras de orígenes sociales distintos al patriciado que por años ha monopolizado el liderazgo del país.

Como un avance en ese camino se pueden interpretar los resultados del pasado domingo. No por casualidad el diario El Tiempo, una semana después, ha titulado en primera: “El centro en su mejor hora tras las elecciones”. Y eso debemos revisarlo con cuidado los venezolanos. Entender que, además de Duque, incondicional en la lucha contra la tiranía madurista, en la pasada campaña electoral todos los candidatos, incluyendo a última hora a Petro, fueron absolutamente explícitos al momento de calificar el régimen presidio por Maduro como una tiranía. Y que algunos, como De la Calle y Fajardo, dibujaron estrategias de diplomacia internacional que todavía se pueden explorar.

La resistencia democrática venezolana tiene que desarrollar, especialmente en los países suramericanos, una estrategia de relación con todas las opciones políticas democráticas y no solo con la derecha. Porque lo propio de la democracia es la alternancia y no podemos bloquearnos con movimientos que mas temprano que tarde pueden convertirse en gobierno.

Un buen ejemplo ha sido lo que ocurrió con España. Cuando Pedro Sánchez obtuvo la presidencia en alianza con fuerzas izquierdistas y movimientos nacionalistas las redes se llenaron de opiniones un tanto alarmistas de venezolanos que decían estar recogiendo sus maletas para mudarse de país. Y un tiempo después, fue el propio gobierno de Sánchez quien lideró en la Unión Europea la condena al régimen de Maduro y, hoy en día mantiene una posición firme, institucional, en el rechazo al movimiento secesionista catalán.

Lo mismo ocurrió cuando Michelle Bachelet inició su visita de observación de los derechos humanos en Venezuela con el permiso del régimen. La redes reventaron con mensajes histéricos anunciando que, dada su condición de ex presidenta de izquierda, le perdonaría la vida a Maduro. Y resultó que el Informe presentado a la ONU por la Alta Comisionada es probablemente el alegato más contundente y creíble que se halla presentado contra el gobierno represor.

En mi caso personal celebro que Trump o Bolsonaro condenen a Maduro. Pero eso no me impide recordar sus condición de xenófobos, armamentistas, homófobos, misóginos, ecocidas, “disparen primero y averigüen después”, y otros atributos violadores, como Maduro, de los derechos humanos.

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