Lo que se juega en las elecciones presidenciales que se realizan hoy en Colombia no es solamente el destino del vecino país, son también las relaciones con el régimen dictatorial de Maduro, el equilibrio político de la región latinoamericana y las relaciones de los Estados Unidos con América Latina.
La realidad, lo que muestran las encuestas y lo que se respira en la calle es, en primer lugar, que ninguno de los candidatos ganará en la primera, habrá segunda vuelta. Segundo, que a pesar de los temores castro-chavistas que genera, Gustavo Petro puntea cómodamente en la intención de voto, incluso en los sondeos más serios, como los de la empresa Guarumo, la única que predijo el triunfo del “No” en la consulta sobre el Acuerdo de Paz.
Tercero, que en todas las encuestas –salvo en las muy manipuladas– el segundo lugar lo tiene Fico Gutiérrez, el casi seguro contendor de Petro para la segunda vuelta. Y, en cuarto lugar, que los fenómenos políticos más llamativos son el ascenso vertiginoso de Rodolfo Hernández, una especie de outsider, “folclórico” lo llaman algunos, el único que crece en las encuestas –Petro y Fico se mantienen estables desde hace semanas– y el desplome de la candidatura de Sergio Fajardo, quien representa un centro, racional, académico, equidistante a los dos polos más radicales, pero es percibido como un “blando” en un país de “hombres duros”, a lo Uribe y Petro.
Es un cuadro político complejo que se entiende mejor revisando los perfiles de los candidatos con más posibilidades de llegar a la segunda vuelta. La primera opción, Gustavo Petro, candidato del Pacto Histórico, la coalición de las fuerzas de izquierda, es para sus adversarios un populista de izquierda, elocuente, patológicamente mentiroso, con pretensiones de sofista, respuestas rápidas para todos los problemas del país, marcado por su pasado guerrillero y, aunque hoy condena a Maduro como dictador, aún se ufana de su amistad con Hugo Chávez y se supone mantiene buenas relaciones con las FARC, el ELN y el Foro de São Paulo. Las élites económicas, la derecha, las clases medias acomodadas y muchos ciudadanos de sectores populares, lo ven como una amenaza para la economía colombiana y la propia estabilidad democrática. Una especie de chavismo II.
Para sus seguidores, en cambio, Petro y su compañera de fórmula a la vicepresidencia, Francia Márquez, que tiene el encanto para los progresistas de ser afrocolombiana, encarnan la posibilidad de renovar una estructura política agotada, marcada por una larga hegemonía de lo que algunos llaman “las élites blancas”, y de dar paso a otras clases sociales menos pudientes a un tipo de gobierno que se preocupe por acabar con la pobreza, reducir las grandes diferencias sociales y consolidar el proceso de paz.
Para sus críticos, Rodolfo Hernández, el fenómeno electoral de última hora, el “viejo” de la partida –hombre de 76 años– es igual otro populista. Pero de derecha. Un líder político, simplista, rural, pre moderno y ramplón. “Un truhan”, lo ha llamado Daniel Coronel, uno de los más influyentes columnistas colombianos.
No ofrece grandes ideas ni proyecto de país, no se presenta como un gran estadista y todos sus discursos y propuestas giran en torno a una sola idea: “hay que sacar a los bandidos y a los corruptos del poder”. Como es un millonario populista y monotemático, muchos lo consideran el Trump colombiano.
Pero, en cambio, para sus seguidores ese simplismo de sus propuestas, sus intervenciones espontáneas, un tanto agresivas y obscenas, incluso sus loas a Hitler, un incidente en el que la cayó a puñetazos a un concejal frente a las cámaras, la oferta de que cerrará el palacio presidencial para abrirlo a la gente común, el hecho de que se presenta como un outsider sin compromiso con ningún partido y que se financia él mismo su campaña, lo han convertido en una referencia especialmente, paradójicamente por su edad, para los sectores juveniles de los estratos de menos recursos de la población.
Federico Gutiérrez, Fico, candidato de la alianza Equipo por Colombia, quien dice no tener partido, por su parte, representa para sus seguidores, la defensa de las libertades democráticas y la economía de mercado, la renovación de la estructura política heredada del uribismo, pero sin poner en riesgo la estabilidad del país y sus instituciones democráticas, una especie de cambio necesario, pero controlado, del sistema político que se propone también atacar el problema de la pobreza desde una reforma profunda de la economía agrícola.
Pero para sus adversarios, Gutiérrez encarna el pasado, es visto como la continuidad de lo existente y, aunque trata de liberarse del estigma –tiene un aspecto desenfadado, juvenil y “descorbatado”, y un discurso más desplazado hacia el centro–, como Duque en su momento, es percibido como una ficha del uribismo y de la derecha más tradicional que ha gobernado a Colombia por décadas y generado las grandes desigualdades sociales e impedido que el proceso de paz se cumpla a plenitud.
Son dos miedos enfrentados. El posible triunfo de Petro genera mucha intranquilidad y podríamos decir que miedo entre la derecha, los empresarios, los demócratas más convencidos, entre otras razones porque sus propuestas más sonoras son pasar las pensiones que están en los fondos de ahorro privado al Estado; subir abruptamente los impuestos y fijar aranceles a diversos productos agrícolas e industriales; reducir la independencia del Banco de la República; reducir al máximo la producción petrolera y, al día siguiente de la toma de posesión, declarar la emergencia económica.
Lo que hace que algunos estimen que en Colombia se produciría de inmediato una fuga de capitales, un caos en el sistema de salud y de pensiones, y la posibilidad de una inflación desbocada y un ciclo de expropiaciones a la manera del chavismo.
En cambio, los miedos, o más bien los rechazos, que genera Fico son sus conexiones con Álvaro Uribe, su partido, el Centro Democrático y la “godarria” tradicional. Uribe, debemos recordarlo, es un ícono, un punto de referencia de la política colombiana, amado por unos como el hombre que les arrebató el país a los grupos guerrilleros y se lo devolvió a los colombianos, y odiado por otros que lo consideran un violador de derechos humanos, incluso un asesino a mansalva.
Tan fuerte es el sentimiento que a muchas personas les he escuchado decir que votarán por Rodolfo Hernández en la primera vuelta, pero que, si no pasa a la segunda, aún con el pañuelo en la nariz votarán por Petro antes que hacerlo por “el uribismo”.
Los temores con Hernández, además de su temperamento intempestivo, son, que a diferencia de Petro y de Fico, que exhiben un conocimiento profundo de los problemas del país y, buenas o malas, ofrecen soluciones, Hernández da prueba de ser un profundo desconocedor y de no tener planes para atacar los complejos problemas de Colombia.
Las elecciones de hoy serán el gran termómetro de lo que realmente está pasando en las preferencias políticas de los colombianos. Colombia ha sido definido por algunos como un volcán a punto de estallar. La situación económica es cada vez más difícil para la mayoría, agravada por la pandemia. La violencia en vez de disminuir ha vuelto a crecer. La mesa está servida para un escenario de cambio.
Si se produce en la segunda vuelta el empate técnico que algunos anuncian, el país quedará aún más polarizado. Si gana Petro será efectivamente la prueba de una gran transformación de la cultura política colombiana sin precedentes, pero no la tendrá tan fácil como Hugo Chávez para hacer cambios radicales, porque la institucionalidad colombiana, su parlamento, sus fuerzas armadas y su aparato de justicia son mucho más sólidos, diversos y seguramente menos alineables a un comandante en jefe único como ocurrió en Venezuela cuando Chávez hizo su entrada arrolladora de huracán caribeño al mando del país.