Evo Morales pudo haber terminado esta etapa de su vida política de manera honorable. Porque, independientemente de su chavismo intravenoso y de su adolescente fascinación por Fidel, hizo tres períodos gubernamentales que no fueron trágicos para Bolivia. Apoyaba al chavismo retóricamente pero no repitió ninguna de sus fórmulas. Hizo una gestión económica correcta. Se puede calificar de exitosa. No asesinó, torturó, ni encarceló opositores. Y no hay millones de bolivianos huyendo a pie al Perú o Brasil, como los venezolanos a Colombia.
Pero fue poseído por esa enfermedad de la cultura política iberoamericana que hace que los jefes de Estado, no importa si son de derecha o de izquierda, si son Franco o Fidel, quieran quedarse en el poder hasta el día de su muerte. Como Juan Vicente Gómez que lo ejerció por 28 años. O Hugo Chávez por catorce. Hasta que la pelona con su guadaña los vino a buscar sin prorrogas.
Claro, para ejercer el poder durante tanto tiempo, como Porfirio Díaz que gobernó a México durante 30 años, o Rafael Leónidas Trujillo a República Dominicana por 31, es necesario hacerlo en dictadura o manipulando los sistemas electorales para ganar elecciones consecutivas aún perdiéndolas.
Y ese es el método que han encontrado tres lideres políticos, de tres tipos de izquierda muy diferentes –Nicolás Maduro, Evo Morales y Daniel Ortega- para perpetuarse en el poder aunque sus electores no los quieran y sus constituciones no se lo permitan. Entre los tres han constituido, y no es casual la solidaridades que se ofrecen mutuamente, lo que podríamos llamar la “Internacional del fraude”.
Eso es, una metodología de manipulación de los sistema electorales de los tres países –Venezuela, Nicaragua y Bolivia- para lograr perpetuarse como presidentes de la república manteniendo la máscara democrática a través de simulacros de elecciones que, apoyadas por un sistema de justicia servil al ejecutivo, y un ejercito institucional convertido en guardia pretoriana, le permiten a los jefes de Estado devenidos en tiranos mantenerse en el poder, aspiran ellos, hasta el día de su muerte. Como Fidel. Como Franco. Como Gómez. Como Chávez.
Digo que son tres izquierdas muy diferentes porque, aunque mantengan un discurso parecido, sus modos de operar no coinciden. Ortega para hacerse del poder pactó con la ultra derecha nica, con Arnoldo Alemán, un corrupto de siete suelas. Modificó la constitución para asegurarse que no hubiese segunda vuelta y él pudiese ganar con apenas el 30 por ciento. Y ha gobernado sin molestar a la empresa privada y en alianza con la jerarquía eclesiástica católica conservadora.
El chavismo en cambio, como una ángel exterminador, decidió acabar, hasta donde pudiese, con el aparato productivo privado, se enfrentó a una jerarquía eclesiástica democrática, se cargo sin pudor el parlamento democráticamente electo, creo una Asamblea Nacional Constituyente espuria, convocó a unas elecciones onanistas y formo un gobierno -el de Maduro- que no reconocen la mayoría de los países democráticos del planeta reunidos en la OEA, la Unión Europea y el Grupo de Lima.
El cruce hacia el gobierno de facto hecho por Evo Morales ha seguido otra metodología. Pero igual basada en el mismo esquema: eliminar sistemáticamente la autonomía de poderes que, junto al sistema electoral, es el corazón de todo sistema democrático.
Controlando el sistema de justicia, el dirigente indígena se las arregló para, primero, lograr que le fuese permitido lo que la consulta popular le había negado, una nueva oportunidad de reelegirse. Y, ahora controlando al árbitro electoral se las ha arreglado para declararse ganador de una contienda que a todas luces lleva perdida.
Lo peor es que lo ha hecho muy mal. Se le han visto las costuras. Obviamente su equipo no tiene la maestría de Tibisay Lucena. La porfiriodíaz eterna presidenta del Consejo Nacional Electoral de Venezuela. La reina de la estafa. La princesa de la trampa. La primera dama de la traición a la voluntad popular. La carterista mayo de todos los sistemas electorales del planeta. La alumna mas aventajada del fraude perezjimenista en el plebiscito de 1952.
La suspensión del conteo rápido la misma noche de las elecciones, el retraso en la entrega de los resultados, la renuncia del vicepresidente del organismo electoral boliviano, la rápida respuesta de los observadores internacionales cuestionando el proceso, ponen en evidencia que los resultados que postula Morales son mas falso que un billete de 32 dólares.
Evo Morales, por la ambición del poder, se está suicidando políticamente. Ahora forma parte de ese club de gobernantes despreciables y despreciados presidio por Daniel Ortega y Nicolás Maduro. Y ahora, que nadie lo dude, tendrá que reprimir duro. Y torturar. Y violar os derechos humanos. Porque cuando los gobernantes se convierten en tiranos, solo la muerte, el terror, la desgracia, los puede mantener en el poder. Vienen malos tiempos para Bolivia. Lo sabemos todos.
Una lástima. Pudo haber pasado a la historia como el primer presidente indígena y demócrata en un pueblo de mayoría de población indígena que se lo merecía. Ahora será recordado como un ambicioso, terco, autócrata, violador de las leyes, tramposo, que no fue capaz de entender qué es la democracia y como Franco, como Fidel, como Porfirio Díaz, como Trujillo, quiso llegar hasta el final de sus días, emitir el último suspiro, con una banda presidencial puesta en el pecho. Creo que no lo va a lograr. El general Hugo Banzer, otro de su misma estirpe, lo espera en el infierno.