El difícil arte de la reconciliación

I.  El papa Francisco ha venido a Colombia con el propósito fundamental de apuntalar –bendecir sería el término apropiado– el acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC. De allí que el lema de la gira sea “Demos el primer paso para comenzar con Cristo algo nuevo en bien de todos”.

Francisco, y el lema lo resume bien, ha venido a predicar el inicio de una nueva era para Colombia. De una nueva oportunidad que es, siguiendo la lógica cristiana, lo que viene a seguidas del perdón. O mejor, lo que el perdón facilita: un renacimiento.

Por esa razón el evento más significativo es el que sus organizadores han titulado Gran Encuentro por la Reconciliación. Se realizará mañana viernes 8 –escribo esta nota en Bogotá el jueves 7– en Villavicencio, capital del departamento del Meta, uno de los lugares donde la guerra fue más cruenta.

El sumo pontífice reunirá en oración a 6.000 colombianos provenientes de todas las regiones del país. Allí estarán soldados, policías, guerrilleros y ciudadanos del común ajenos pero igual víctimas  del conflicto. Uno sin piernas, otro con un solo brazo, uno ciego, otro parapléjico, todo a causa del proceso bélico que ha dejado  220.000 muertos y más de 1 millón de desplazados. Víctimas y victimarios  tendrán, el jueves, la oportunidad de estar juntos apostando a la posibilidad de reconciliarse.

II. Así ha sido siempre en América Latina. Salvo en Cuba donde se impusieron y dominan implacables el país desde hace 60 años, las luchas guerrilleras –y las guerras civiles que suscitan– han  dejado una descomunal estela de muertes, discapacitados y desplazados. Para nada. Para que al final tengan que venir tortuosos procesos de negociación de paz con la presencia de terceros intentando ponerle fin al conflicto, lograr el desarme e incorporar a los sublevados a la vida política democrática.

Fue lo que ocurrió en Nicaragua en la década de los ochenta. Luego de 28.000 muertos, sandinistas y contras tuvieron que sentarse a negociar por iniciativa de Costa Rica y la  mediación venezolana. La terquedad de los sandinistas y la injerencia del gobierno conservador de Reagan habían conducido al choque mortal. Al final la paz triunfó y todos volvieron a la política. Pero la cicatriz quedó para siempre.

Lo mismo ocurrió en El Salvador. El conflicto que se produjo entre 1979 y 1992 trajo cerca de 75.000 muertos, campesinos ajenos al conflicto una buena parte de ellos, masacrados los más por el ejército oficial, otros por el sublevado. Igual con el de Guatemala iniciado en 1960, cuando Cuba apenas comenzaba a exportar su revolución, y finalizado con los acuerdos de paz de 1996, dejó también alrededor de 200.000 muertos, 45.000 desaparecidos y 100.000 desplazados. Lo que es una barbaridad si recordamos que población de ambos países no llegaba en ese momento a los 5 millones de habitantes.

III. Pero ni el Papa ni el gobierno de Santos la tienen fácil. Aunque no llega a los extremos patológicos de Venezuela, Colombia es una nación dividida políticamente. En la consulta de 2016 la mayoría de la población le dijo No al acuerdo de paz. En las mediciones recientes los partidos políticos suscitan profunda desconfianza entre casi 80% de la población. El nuevo partido, Fuerza Alternativa  Revolucionaria para el Común, otra vez FARC pero en singular, genera mucha desconfianza por su discurso que mantiene la filiación ideológica a los rojos de Venezuela y Cuba. Y algunos voceros políticos ultraconservadores condenan con tanta vehemencia la mediación de Francisco, según ellos un hereje rojo, que solo les hace falta convocar a que se le ponga una bomba.

IV. Aunque en nuestro país no venimos de una lucha guerrillera sino de un programa de terrorismo de Estado que ha conducido al aplastamiento cruel de la mayoría de la sociedad por parte de una cúpula cívico militar, y aunque no conocemos con exactitud el tamaño de la violación sistemática de los derechos fundamentales –el número de muertes, detenciones, torturas y exilios– por parte del equipo gobernante, algún día tendremos que volver, como en Centroamérica, a la normalidad.

Ojalá y Francisco esté vivo y venga a bendecir nuestro renacimiento. Pero la cicatriz quedará.

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