De los 191 años de república independiente, es decir, desde el primer gobierno de Páez en 1830, solo 40 han sido de gobiernos civiles electos democráticamente. De los 72 años de historia como república independiente que lleva Birmania muy pocos períodos han sido de democracia. Los gobiernos militares de Myanmar y Venezuela nos vienen a recordar que las democracias no son eternas, y es una tarea cada vez más urgente defenderlas de los nuevos y viejos fundamentalismos. Especialmente del militar. El 1ro. de febrero en Myanmar y el 4 de febrero en Venezuela son dos días de luto.
Aunque sean tan diferentes cultural y geográficamente -uno es un país del sudeste asiático predominantemente budista, el otro del norte de Suramérica mayoritariamente católico- Venezuela y Myanmar, como se llama también a Birmania, son dos naciones unidas por el lazo umbilical de los golpes de Estado, las dictaduras militares y los abusos de poder de un partido que quiere imponerse como único.
Además, por una de esas casualidades de la historia, febrero parece ser en ambas naciones una fecha en la que las ansias de poder de los militares felones se alborotan como las hormonas de los animales en celo.
Por ejemplo, hoy 4 de febrero, hace 29 desgraciados años, la logia militar conducida en Caracas por Hugo Chávez, asestó la espantosa asonada militar que dejo casi 100 muertos y, a la larga, acabó con la democracia.
Y el pasado domingo 1 de febrero, la cúpula militar de Myanmar volvió a la andanza, sacó los tanques y las ametralladoras a la calle, asestó otro golpe de Estado, se hizo con el poder y apreso al jefe de gobierno y a un número importante de ministros.
Son circunstancias paralelas. De los setenta y dos años de historia como república independiente que lleva Birmania muy pocos períodos han sido de democracia. La mayoría han sido largos años de dictaduras o de gobiernos en apariencia democráticos, pero secuestrados estructuralmente por los militares.
En Venezuela igual. De los ciento noventa y un años de república independiente, es decir, desde el primer gobierno de Páez en 1830, solo 40 han sido de gobiernos civiles electos democráticamente. Porque en 1989, con Hugo Chávez los militares volvieron paulatinamente al poder y aunque Nicolás Maduro es un civil, todos sabemos que dirige un régimen espurio y de facto soportado no por los votos sino en las Fuerzas Armadas pretorianas.
Es decir, que tanto la corta historia de Birmania, que se hizo república independiente solo en 1948; como la más larga de Venezuela, han estado marcadas por el uso de la fuerza en política. Son muchas las similitudes. En 1962, mientras en Venezuela se cocinaban los golpes militares contra el presidente Rómulo Betancourt, El Porteñazo y El Carupanazo; en Birmania la cúpula militar derrocaba al presidente U Nu, un héroe nacional que había ganado las elecciones de 1960 casi con el 60% de los votos.
Pero los militares lo sacaron de juego y el nuevo jefe, el general Ne Win, para seguir con las coincidencias históricas, disolvió el Sistema Federal fundado por U Nu y lo sustituyó por lo que se llamó algo que a los venezolanos nos suena familiar: “El camino birmano al socialismo”.
A continuación, eliminó la prensa libre, hizo presos a la mayor parte del liderazgo opositor e instituyó un régimen político de partido único en medio de una férrea dictadura que se mantuvo con vida hasta el año 2011, casi por medio siglo, hasta que una rebelión popular que causó miles de muertos, obligó a la cúpula militar a aceptar una transición negociada.
Y así comenzó una era democrática que recién en noviembre del año pasado había realizado sus segundas elecciones pero que, de nuevo, la madrugada del 1o de febrero, cuando se debería instalar el nuevo parlamento, ha sido interrumpida por otro golpe de Estado dado por una cúpula militar que, evidentemente, no termina de aceptar gobierno de los civiles.
La posibilidad de un nuevo gobierno democrático en Myanmar fue una ilusión. Los Diosdados Cabellos, Jorges Rodríguez, Freddy Bernal y los también narco generales de la república asiática no soportaron tanta civilidad y volvieron a sacar los tanques a la calle bajo el pretexto, muy a lo Trump, de que, en las más recientes elecciones, había ocurrido un gran fraude.
Así que la pequeña nación ubicada como un enclave entre Laos, Bangladesh, China y Tailandia esta ahora sometida al mando de un general de nombre Min Aung Hlaing y de una junta militar de 11 miembros que ha declarado un Estado de Emergencia por un año, mantiene bajo arresto al presidente Win Myint, a Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz 1999 y máxima líder de la Liga Nacional para la Democracia (LND) el principal partido político del país, y a un número aún no precisado de parlamentarios y ministros.
Para nuestros esquemas occidentales la realidad política y cultural de Myanmar no es fácil de digerir. Aung San Suu Kyi es sin duda alguna una figura legendaria y máxima líder de la nación, tanto que muchos la denominan “La madre de la patria”. Pero la misma Suu Kyi ha tenido que enfrentar un largo juicio en La Haya el que se acusa a Myanmar de genocidio de la minoría étnica musulmán Rohingya, cuyos miembros han sido condenados a la persecución y el éxodo forzoso hacia Bangladesh.
El golpe de Estado de Myanmar se suma a la saga de ataques contra la democracia y la expansión de gobiernos de facto que ocurren ante la mirada impotente de la comunidad democrática mundial en estas primeras décadas del siglo XXI.
En América Latina suman ya tres, Venezuela, Nicaragua y Cuba, los gobiernos de facto que, a pesar de no contar con apoyo popular y el máximo repudio internacional, no terminan de caer. En Rusia la persecución a la disidencia política ha cobrado una nueva escalada que deja clara la naturaleza autoritaria del régimen de Putin. En Turquía nada hace pensar que la dictadura de Erdogan tenga un pronto relevo. Y en Filipinas, el régimen presidido por Rodrigo Duterte, con un esquema de control centralizado del poder al modo chavista, ha decidido intentar lavar la imagen del dictador Ferdinand Marcos a quien, además de un genocida, se le considera uno de los gobernantes más corruptos del siglo XX, luego de que se apropiara de forma ilícita de entre 5.000 y 10.000 millones de dólares.
Y, como si no fuese suficiente, hasta Estados Unidos acaba de vivir unas escaramuzas dirigidas por Donald Trump que hace visible el regreso a liderazgos populistas y autoritarios de derecha e izquierdas que ponen en riesgo incluso una de las más antiguas y solidadas democracias del planeta.
Con las denuncias realizadas en Colombia sobre la evidente intervención desestabilizadora de Cuba en su política interna; la presencia impune en suelo venezolano de las fuerzas del Ejercito de Liberación Nacional y la disidencia de las FARC; la intervención de la teocracia iraní, el neototalitarismo ruso y el capitalismo salvaje del partido único chino a través del gobierno de facto de Maduro con punta de lanza para la expansión de Eurasia en América Latina, los gobiernos militares de Myanmar y Venezuela nos vienen a recordar que las democracias no son eternas y es una tarea cada vez más urgente defenderlas de los nuevos y viejos fundamentalismos. Especialmente del militar.
El 1o de febrero en Myanmar y el 4 de febrero en Venezuela son dos días de luto.