Desde la madrugada del primero de enero de 1959, cuando los guerrilleros en traje de campaña militar entraron triunfantes a La Habana, hasta el presente –comienzos de la tercera década del siglo XXI–, no ha pasado un solo instante sin que el régimen estatista cubano se halle involucrado en alguna conspiración en la política interna de otro país, una invasión, una guerra civil o varias al mismo tiempo.
Una vez que el Comandante en Jefe hizo suya la tesis leninista del internacionalismo proletario, y asumió como un compromiso histórico convertirse en agente exportador –especialmente para América Latina y África– del modelo comunista, todo escenario donde el castrismo mete sus barbas ha terminado mal.
Mal terminó la llamada Crisis de los Misiles en 1962, cuando Estados Unidos descubrió que en la isla se habían instalado armas soviéticas de mediano alcance con ojivas nucleares que en instantes podrían estallar en Washington o Nueva York. La Guerra Fría subió de temperatura y por poco se desata la tercera guerra mundial.
Mal terminó igual el apoyo a movimientos guerrilleros armados como vía de acceso al poder que los partidos comunistas latinoamericanos no lograban por el camino electoral. En Bolivia, 1967, matan al Che Guevara en una acción ejemplo del aventurerismo voluntarista tantas vidas le costo a la región.
En Venezuela, el mismo año, dos cubanos mueren y dos más caen presos en otra inconsistente operación de apoyo a la guerrilla local recordada como La invasión de Machurucuto. Documentada muy bien en La invasión de Cuba a Venezuela: de Machurucuto a la revolución bolivariana, libro testimonial del ex guerrillero Héctor Pérez Marcano, protagonista de los hechos.
Mal, también, en El Salvador, la violenta confrontación entre la guerrilla pro cubana, auspiciada a distancia por el bloque soviético, y los militares de derecha con apoyo de Washington, que concluyó en una cruenta guerra civil en la que nadie resultó ganador. Los horrores cometidos por ambos bandos durante aquel período oscuro fueron descritos en su libro Psicología y acción social en Centroamérica, por el sacerdote jesuita Ignacio Martín-Baró, asesinado en 1984 en medio del conflicto.
Y mal, peor aún, la revolución sandinista, uno de los procesos políticos más esperanzadores de la segunda mitad del siglo XX, que desembocó al final en una guerra cruenta entre los sandinistas y la contra, dejando detrás miles de muertos y una Nicaragua aún mas empobrecida.
De un lado del tablero, Fidel Castro jugaba con sus soldaditos de plomo. Del otro, el ultraderechista Ronald Reagan. Choque de fanáticos. Los veintiocho mil muertos los podrían las familias de menos recursos, indígenas y campesinos, cuyos hijos eran reclutados ya por la guerrilla contra ya por el servicio militar sandinista.
Sergio Ramírez, por entonces miembro del directorio del Frente Sandinista de Liberación, dejó para la memoria histórica un libro, Adiós muchachos, donde se dibuja premonitoriamente la desmedida ambición de poder del entonces héroe, y ahora villano, Daniel Ortega.
Mal terminó también el proyecto chileno de un socialismo por vía democrática. Luego de la larga visita oficial de Castro a Santiago (una presencia de casi un mes, quizás la más larga estadía que se conoce de un jefe de gobierno en otro país), el proceso se radicalizó imprudentemente, las alarmas del anticomunismo internacional se encendieron y en 1973, Augusto Pinochet, con la fuerzas armadas chilenas detrás, otra vez con las manos de Washington en el pastel, acabaron de una vez por todas, de manera sangrienta, con el proyecto ya para entonces tutelado plenamente por Cuba. Ahora muere Salvador Allende.
Fidel y los cubanos también estuvieron detrás de la guerra civil de Angola, tratando de preservar los intereses de la URSS en la antigua colonia portuguesa. Sangre cubana derramada para nada, porque hoy en día la nación petrolera del norte de África es una economía absolutamente capitalista.
Inconclusa la tarea en Nicaragua, la agencia cubana de exportaciones de la revolución desembarcó en Granada. Y detrás llegaron los marines. Los cubanos se instalaron bajo el gobierno de orientación marxista de Maurice Bishop, y luego de varias escaramuzas entre facciones internas, que terminaron matando al propio Bishop, y bajo el pretexto de impedir la construcción de un aeropuerto hecho no para recibir aviones de turismo sino de guerra, las tropas norteamericanas, con el apoyo de Jamaica y Barbados, invadieron en 1983 esta otra isla caribeña. En la operación apresaron a 700 cubanos. Los presos se declararon inocentes obreros de la construcción. Los marines concluyeron que eran soldados camuflados.
Es un largo expediente. Muchas vidas rotas y proyectos políticos truncados con la colaboración activa de las irresponsables obsesiones internacionalista de Fidel y su isla cercada. En el transcurso, entre el desarrollo económico endógeno y la exportación de la revolución, la cúpula dirigente apostó por la segunda. Y así convirtieron a la cubana en una sociedad parasitaria, una especie de perro de caza, que ha sobrevivido no por el esfuerzo y la creatividad propia sino gracias a la respiración artificial de la ayuda económica extranjera. A la mano de turno que le da de comer.
La de la URSS y el bloque soviético, hasta 1989, cuando el Muro de Berlín se vino abajo sin aviso previo. Y, en el presente, la de la nación venezolana gobernada por el militarismo chavista que mantiene con vida a una isla empobrecida y un régimen muerto en vida que, como los vampiros, sobrevive no de la sangre sino del petróleo que por vía intravenosa se le inyecta diariamente desde las costas de nuestro país.
Sin embargo, todavía hoy el régimen cubano, a pesar del fracaso estrepitoso que representa, y de sus rasgos inocultablemente totalitarios, logra ejercer una suerte de fascinación sobre gente respetable –no necesariamente fanática o militarista–, y entre importantes sectores políticos democráticos –no solo de la izquierda marxista– que resulta inexplicable desde la lógica del sentido común.
Es como un hechizo a lo David Copperfield. Porque no es solo fascinación. También capacidad para invisibilizar el horror manteniendo con vida una imagen asociada a los primeros años de la revolución, cuando todavía era una esperanza, y no al fiasco totalitario al que ha quedado reducido aquel proyecto político .
Pero todas las operaciones anteriores son pálidas. Nicaragua, Chile, Angola, Granada, El Salvador, son meros ensayos, al lado del desembarco general que los cubanos han hecho en Venezuela. Nadie sabe decirlo con exactitud, pero todo indica que se trata de una cifra superior a veinte mil connacionales de Celia Cruz y Benny Moré operando como agentes del gobierno de Maduro en suelo venezolano. El doble de las tropas que actuaron en Angola.
Joaquín Villalobos, testigo de excepción de la guerra civil de El Salvador, ahora valorado experto internacional en resolución de conflictos, lo ha definido muy bien: no habrá negociación exitosa en Venezuela mientras estén de por medio los cubanos. “Las negociaciones han fracasado porque suponen que es un conflicto entre venezolanos cuando, en realidad, se trata de un país intervenido por Cuba”, concluye en “Venezuela: negociar o no negociar”, artículo del 7 de mayo en El País de Madrid. .
Los venezolanos lo aprendimos. Con sangre. Pensar que Cuba es una nación que impulsa la paz internacional, y juega limpio por esa causa, es tan ingenuo o equivocado como creer que el Sahara es un buen sitio para cultivar lechugas. O que la activación de la disidencia de las FARC colombianas y sus conexiones con el narcotráfico son una operación hecha a espalda de los jerarcas cubanos que alientan los procesos de paz.
Se les olvida que Fidel siempre jugó, mostrándolas, con las tablas de Mandela, Gandhi y Luther King en una mano. Y con una ametralladora y los manuales de la KGB, la Stasi, Bin Laden, Gadafi, Tiro Fijo y la ETA en la otra. Escondidas tras la espalda.
Pero igual hay gente que quiere creer hasta la muerte que Santa Claus, en persona, lo visitó fielmente todas las navidades. ¿Por qué no auto hipnotizarse con las lechugas del Sahara? Ya sabemos que no solo de ensaladas vive el hombre.