La imagen tiene un componente lastimoso. Otro de dulce generosidad. También es un Yo acuso. Todos los días, en el Instituto de Protección del Profesorado de la Universidad Central de Venezuela, la UCV, se preparan cien almuerzos para que los consuman gratuitamente profesores jubilados que no tienen ingresos suficientes como para costeárselos ellos mismos.
La mayoría de los comensales se desplazan a buscarlos hasta la sede del Instituto ubicado en los alrededores del campus de la Universidad, en la urbanización Los Chaguaramos. A los restantes, la organización se los hace llegar a sus casas. Porque su estado de salud, o la carencia absoluta de recursos, les impide movilizarse.
Algunos tienen doctorados y maestrías, otros libros publicados, los mas largos años haciendo docencia e investigación, conduciendo tesis de grado, o escribiendo papers para revistas académicas. Todos pasan ya de los setenta años. Una edad en la que no es fácil encontrar un nuevo empleo. Reinventarse la existencia.
La mayoría de los comensales se desplazan a buscarlos hasta la sede del Instituto ubicado en los alrededores del campus de la Universidad, en la urbanización Los Chaguaramos. A los restantes, la organización se los hace llegar a sus casas. Porque su estado de salud, o la carencia absoluta de recursos, les impide movilizarse.
Algunos tienen doctorados y maestrías, otros libros publicados, los mas largos años haciendo docencia e investigación, conduciendo tesis de grado, o escribiendo papers para revistas académicas. Todos pasan ya de los setenta años. Una edad en la que no es fácil encontrar un nuevo empleo. Reinventarse la existencia.
II
Desde hace más de dos años, quizás más, se ha convertido en asunto de rutina recibir mensajes urgentes, en algunos casos desesperados, de personas, en su mayoría egresados y docentes universitarios, que públicamente piden ayuda económica para cubrir los gastos de una operación, la instalación de una prótesis, o un tratamiento contra el cáncer.
Lo que comenzó siendo una excepción es ahora normalidad. Como el sistema de salud colapsó y los seguros universitarios no dan mas que para cubrir una gripe, el crowdfunding se ha vuelto día a día. Las cifras que necesitan van desde los cinco mil hasta los treinta o cuarenta mil dólares.
“Lo que sea, no importa cuanto, un dólar, si es lo que puedes”, escriben quienes promueven la colecta. Es el equivalente al venezolano paria que en las calles de Bogotá te dice: “Padre, aunque sea una monedita, la más pequeña, no importa”. O, “cómpreme un pancito que aún no he desayunado, padre”.
Algunos familiares se inventan rifas. Otras subastan una obra de arte o una joya heredada de la abuela. Unos envían cinco dólares que no les sobran, pero se sienten comprometidos a compartir. Otros, impotentes, responden: “lo siento, pero a mi hermana le tienen que extraer un tumor y todo lo que gano aquí en Lima es para enviárselo a ella”.
III
El momento más doloroso para quienes no podemos regresar el país porque pesa sobre nosotros la amenaza de prisión emitida por la cúpula tiránica, ocurre cuando uno de nuestros seres queridos se enferma gravemente y presentimos que ya no lo volveremos a ver. Entonces sublimamos el dolor tratando de ser útiles desde lejos.
Cuando uno de mis mejores amigos fue atacado por un cáncer terminal, una vez al mes, los viernes por la tarde, iba a buscar para él los medicamentos para la quimioterapia que en Venezuela nos niegan. Otro amigo prestaba su tarjeta de crédito. Luego, con lo que ingresaba ese mes al crowdfunding, le pagábamos.
La Asociación Colombiana de Enfermos de Cáncer, una fundación privada ubicada en Chapinero, plena avenida Séptima de Bogotá, se me hizo visita ritual. Los empleados, conscientes del trago amargo que vivimos sus vecinos, ya me saludaban con cercanía. Y, como a otros venezolanos, nos permitían pasar de primeros. Se excusaban con los demás colombianos explicándoles que necesitábamos ganar tiempo y así mantener la cadena de frío para que el medicamento llegara en buenas condiciones.
Con las drogas colocádas en una pequeña heladera, licopor las llaman aquí, salía corriendo a donde estuviese otro amigo que ya había aceptado llevarla a Caracas. Le entregaba la cavita y un sobre con dólares en efectivo para el guardia nacional que en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar seguramente iba a intentar quedarse con los medicamentos. Pero el sobrecito funcionaba. A los guardias nacionales del chavismo la imagen de Washington impresa en papel verde los torna piadosos.
IV
En la era democrática, incluso hasta los primeros dos años de “revolución”, un profesor universitario ganaba un promedio mensual de mil 200 dólares. En el presente, bajo el gobierno espurio del “Socialismo del siglo XXI”, el promedio apenas llega a nueva o diez dólares.
En un cuadro hecho circular por el Observatorio Venezolano de Libertad Sindical se percibe con claridad la desgracia económica de los docentes. En el año 2001 el salario base de un profesor del primer escalafón, un instructor, era de 1.125 –que ya era bajo –. En el presente el mismo salario es de 7 dólares. En el mismo 2001, el de un profesor agregado, que requiere posgrado y por lo menos seis años de docencia, era de 1.702 dólares. En el presente 8.9 dólares. Y el de un profesor asociado, que requiere título de doctorado y diez años de experiencia docente, era de 2.128 dólares. En el 2021 de 9.9 dólares.
En diciembre del 2001 el conjunto coral de edificaciones, caminerías cubiertas y jardines, del campus de la UCV fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad. En el presente, 2021, el campus es un agregado de ruinas precoces generadas por la asfixia presupuestaria ordenada desde Miraflores.
En el 2001 no había comenzado el acoso. Veinte años después hemos visto lo inimaginable. Los colectivos paramilitares chavistas han incendiado bibliotecas de las universidades autónomas, desmantelado y saqueado laboratorios, atacado a tiros asambleas estudiantiles, destrozado piezas que son Patrimonio de la Humanidad.
La cúpula de gobierno ha impedido de modo sistemático que se renueven las autoridades rectorales y ahora, en algunos casos y campos, impone a la fuerza autoridades no electas. Las universidades autónomas, fieles a su tradición democrática contestaría han sido un bastión de resistencia. La barbarie militarista no logra ganar rectorados ni federaciones de centros de estudiantes. Como venganza, los rojos han empobrecido al extremo a los universitarios, empujando al exilio a millares de profesores y estudiantes, y apostado a acabar con la autonomía.
V
Algún día, cuando el enjambre de langostas rojas que ha arrasado campos y ciudades de nuestro país ya no esté —cuando se hayan ido o hayamos logrado echarlas—, la UCV volverá a entonar con alegría su himno original. Vestirá de nuevo su “traje de moza adornado por la brisa del mar”, mientras tararea la frase “Esta casa que vence las sombras” mil veces cantada por todos nosotros bajo Las Nubes de Calder. Así será.