Rafael Cadenas

otro formato de lectura.

El poeta y el dictador (*)

Entre más tiempo avanza, mayores reconocimientos internacionales va obteniendo la literatura venezolana, hasta hace muy poco y salvo notables excepciones, condenada a su conocimiento dentro los límites de la nación. Y entre esos reconocimientos destaca en el resto de América Latina y en varias naciones europeas España, Francia e Italia, por ejemplo, la atención que se le presta al vigor de la palabra de nuestros grandes poetas. 

Ya Vicente Gerbasi y Juan Sánchez Peláez habían dejado una obra sustancial que hace tiempo los convirtió en clásicos latinoamericanos del siglo XX. José Antonio Ramos Sucre fue sacado del olvido por varias ediciones venezolanas, y desde España por un número especial de la revista El Paseante, que lo hizo conocer más allá de los círculos especializados y dio inicio a un culto particular con cada vez más seguidores. El inolvidable y querido Eugenio Montejo era una referencia fundamental de la poesía hispanoamericana cuando el Fondo de Cultura Económica, publicó en 1998 Alfabeto del mundo, una antología de su obra precedida de un riguroso ensayo en el que Américo Ferrari sostenía que nuestro compatriota valenciano era «uno de los mayores y más hondos poetas de lengua castellana de la segunda mitad del siglo XX, y yo diría incluso que de todo el siglo XX a secas». La entrega del Premio Internacional Octavio Paz de Ensayo y Crítica 2004 nos permitió confirmarlo, por suerte, antes de que abandonara este mundo en julio de 2008. 
Y ahora, hace menos de una semana, escribo esta nota el 2 de septiembre, para darle continuidad a esta saga, el país literario ha recibido la feliz noticia de que nuestro Rafael Cadenas ha sido designado ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2009, que se otorga dentro del marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. 
Rafael Cadenas, autor de una vasta obra poética, ha ejercido una gran influencia sobre varias generaciones de lectores entre las que destella un libro, Falsas maniobras, y un poema, Derrota, que se convirtió en una especie de símbolo o de himno de las generaciones universitarias que vivieron el fracaso de la izquierda que optó por la lucha armada en la primera década de la hoy agonizante democracia venezolana. Pero Cadenas, y en esa pasión coincide con Montejo, no sólo ha oficiado la poesía sino que le ha dedicado unas cuantas páginas a reflexionar sobre el oficio de escribir y mucho más allá, sobre la importancia del lenguaje en la vida humana y la necesidad de cuidarle y protegerle porque, nos lo advertía en En torno al lenguaje (1985), el lenguaje es la forma superior de expresión del pensamiento, y un empobrecimiento del primero es la evidencia de la degradación del segundo. A quienes le conocemos siempre nos ha conmovido su curiosa presencia, su condición de hombre de muchas palabras escritas y pocas habladas, su extraña mirada signada por un gesto permanente entre la duda y el enigma, su modestia infinita y, por supuesto, esa suprema manera de hacer hablar a las palabras mucho más allá de lo que pueden decir. 

Rafael Cadenas sufre en estos tiempos por el bestial proceso de destrucción del lenguaje y pérdida de valor de la palabra comandado por Hugo Chávez y sus tropas de choque. Ministros que dicen «inrrumpen» y «rompido», autoridades electorales que prometen «tramparencia», generales que hablan de «bombas lagrimógenas», presidentes que utilizan en cadena nacional la palabra «mierda» con la misma naturalidad con la que hubiesen dicho «ansiedad» o «colibrí». 

Para dejar clara su postura política frente al presente venezolano, siempre a través de la brevedad perturbadora, en uno de sus más recientes poemas (El Nacional, Papel Literario, 30.05.09) titulado El diálogo según un dictador, escribió: «Versión originaria: Cuando yo dialogo no quiero que/ me interrumpan. Versión segunda: yo dialogo, pero advierto que no/ cedo en mi posición. Versión tercera: en diálogo los que me contradigan/ deben reconocer de antemano su error. Versión cuarta: después de cavilar, dictamino/ humildemente que el diálogo es innecesario». No por casualidad fue el hombre que escribió: «Ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable». A su salud.

(*) Este articulo fue publicado en el diario El Nacional en septiembre de 2009 a propósito de la entrega del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances que se otorga dentro del marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.