La pregunta viene al caso porque cultural y geopolíticamente hablando Venezuela nada o muy poco tiene que ver con Irán como pueblo y cultura. Ni política ni religiosamente con la República Islámica de Irán. Todo lo contrario. Nada más lejano, extraño y hasta opuesto, a los valores bolivarianos que supuestamente animan al proyecto del “Socialismo del siglo XXI” —valoresoccidentales, sustentados en la ética cristiana, y los principios de la ilustración y la revolución francesa— que los dogmas de los ayatolás iraníes.
Y, sin embargo, prácticamente desde el mismo momento en que Hugo Chávez inició el primero de sus cuatro períodos consecutivos de gobierno, junto a Cuba y Rusia, uno de los países que mayor injerencia ha tenido y mayor provecho ha sacado de Venezuela es, sin duda alguna, la República Islámica de Irán.
Y el jefe de Estado que durante más tiempo consecutivo ha permanecido en Caracas asesorando al gobierno venezolano, no ha sido Fidel Castro, como podríamos suponerlo, sino Mahmud Ahmadineyad, quien manejaba personalmente los intereses de Irán en Venezuela. Como mi oficina, antes de salir al exilio, estaba por un tiempo en la avenida Casanova, recuerdo haberlo visto pasar con frecuencia saliendo del Hotel Meliá Caracas, en cuya suite presidencial residía, a bordo de una camioneta descapotable desde la que se exhibía impúdicamente como un Rey Momo en Carnaval.
Las relaciones con Irán siempre han estado arropadas, desde el comienzo, por un manto de misterio. Aunque también por muchas evidencias inocultables. Cuando aún quedaban resquicios de prensa libre en Venezuela, se reseñaba con insistencia la realización de un vuelo diario Teherán-Caracas que arribaba a Maiquetía prácticamente sin pasajeros, o con muy pocos, que no entraban al país por las aduanas normales, sino por accesos privados especialmente habilitados para ellos.
La prensa reseñaba también contratos estrambóticos como el de la construcción de 50 mil viviendas con tecnología iraní, anunciada con bombos y platillos, en una visita realizada en el año 2010, por Hugo Chávez, en conjunto con Ali Nikzad, ministro de Vivienda de la teocracia, para resolver “de una vez por todas” el déficit de viviendas en Venezuela. Que obviamente no se resolvió.
También ha llamado poderosamente la atención el interés excesivo de Maduro y su gobierno por expresar apoyo público a Bashar al Assad en una guerra civil tan distante, cruenta y ajena a nuestra geopolítica como la que viene ocurriendo en Siria. Igual que las relaciones de apoyo mutuo con los grupos terroristas Al Qaeda y Hezbolá.
Pero apenas los especialistas comienzan a buscar explicaciones, aparece de nuevo, como telón de fondo, la teocracia iraní. Para muestra un botón, dicen. Hezbolá, o Hezbollah, en su expresión menos castellanizada, que significa “Partido de Dios” —un movimiento terrorista que ha alcanzado fama planetaria por el uso de carros bomba, secuestro de personas y aviones de pasajeros, asesinatos de secuestrados y colocación de explosivos en lugares públicos— es una organización musulmana chií, la mayoría religiosa del Líbano, fundada en 1982, como respuesta a la intervención israelí de ese momento.
Sus miembros fueron a su vez entrenados, organizados y dirigidos por agentes de la Guardia Revolucionaria iraní, organismo del cual, para que hilemos fino, fue jefe principal Ahmadineyad. Hezbolá, para nadie es un secreto, efectivamente aún recibe armas, capacitación y apoyo financiero de Irán. Y una vez que terminó la Guerra Civil Libanesa, comenzó a recibir apoyo sirio. De hecho, el apoyo militar de Irán al presidente Bashar al Assad en la Guerra Civil siria ha sido mediante el envío de milicianos de Hezbolá que combaten junto a los soldados sirios.
No hay misterio: la razón por la que Maduro apoya a Hezbolá, y ambos —Maduro y Hezbolá— apoyan a Bashar al Assad en su guerra civil, una guerra que ya ha consumido más de 250 mil vidas, está absolutamente explicada porque ambas cúpulas políticas, la venezolana y la libanesa, dependen en grande del apoyo iraní.
La relación de Hezbolá con el gobierno de Maduro se hizo notoria y pública el 25 de enero del año 2019, cuando, después de la juramentación del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como presidente interino de Venezuela, una delegación de terroristas miembros de la organización visitó la sede de la Embajada de Venezuela en Beirut para ratificar su apoyo a Maduro, el presidente usurpador. Como si de un gobierno autorizado se tratara, condenaron el supuesto intento de magnicidio con drones que el presidente espurio venezolano y su equipo de comunicaciones había convertido en un espectáculo mediático y ofrecieron su apoyo militar si fuese necesario.
A propósito de este negocio, la revista colombiana Semana, en su edición del 21.10.2010, reseñaba: “Con la llegada del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, a la jefatura del gobierno en 2005, esta relación se ha estrechado, tanto ideológicamente como en el sector económico, con cerca de US$5.000 millones de intercambio comercial”. A favor de Irán, por supuesto.
No por casualidad una voz respetable y de alta credibilidad como la de monseñor Mario Moronta, obispo de la Diócesis de San Cristóbal, viene alertando que “Irán convierte a Venezuela en base de operaciones sin resistencia alguna” y, de modo más preciso, en declaraciones ofrecidas al portal Infobae, el 19 de noviembre de 2020, concluye que “a los iraníes no les interesa tanto como a otras naciones los recursos venezolanos, sino fijar una base estratégica de carácter geopolítico”. Mas claro, ni el canto de un gallo.